Es una zamba. La venís cantando en tono menor y, de repente, entrás al estribillo “Volveré, Volveréeeeee…” y ahí ponés un acorde mayor…, y aunque la hayas aprendido a tocar desde niño, esas sutilezas armónicas jamás se olvidan. Lo sucedáneo tiende a jugarnos el olvido y uno cree que se fueron. No. Están ahí, en el acorde mayor inesperado, en las notas de un piano con la delicadeza de tocar con tres dedos, como recuerdo los mejores goles convertidos, y esos tres dedos abrirnos las aguas y pasar al otro lado, donde estrechar a Alfonsina Storni, a la guerrera Juana Azurduy o Dorotea La Cautiva. Y, sí y ahí está él: un señor alto con la paz en el rostro que la sabiduría suele dibujar. Ariel Ramírez y punto.
Y después de su nombre, ¿qué sigue?.
Ha preferido -por esta costumbre de ser hombre y de saber morirnos cada tanto y para siempre- reencontrarse con Domingo Cura para ensayar algún concierto y rescatar al Indio Toba sombra errante de la tierra, con Félix Luna, a buscar el ángulo óptimo de una nueva canción, de un nuevo disco que aborde una temática gutural de estos confines de la tierra, el eslabón que continúe a obras magistrales como la Cantata Sudamericana o Mujeres Argentinas.
¿Y qué sigue después de su nombre?
Ajena, la calle, es una boca sosa, grande y zonza que nos grita y ruge sin sentido. Un auto late con reggaetón presagiando hipoacusias, y ahí, otro auto igual, y otro mas...
¿Y después de su nombre qué?
El silencio. La brotada paz tras regar un patio.
Una noche al amparo de los amparos en el año 2002, en casa del Dr. Juan González, con torpeza en juventud, le dije: “Maestro, le voy a cantar esta zamba que compuse”, y el Maestro, me entregó su mas preciado tesoro: el silencio. Arremetí después de cantarla con mas imprudencia que pregunta: “Maestro, esto es folklore?” y él me respondió: “Eso no importa joven, lo que importa es que es música y está bien hecho”, y pasó luego, a regalarnos en un piano su obra “El charanguito”. A su lado, su compañera enamorada, rubricando la intemperie con una sonrisa de frente de casa, como esa del Barrio Santo Tomas de Santa Lucía. Han pasado años y como esa noche sanjuanina, imborrable sus palabras me quedaron y me habitan. Mi alma enfrenta, con acordes citadinos, otras distancias, con vecinos miedos y lejanas esperanzas y, en repentino vuelo, sigue barruntando en voz.
Para cuando me toque, a quien le corresponda, váyanme gestionando el puesto de acomodador en el teatro donde ya deben estar sonando Rolando “Chivo” Valladares, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Buenaventura Luna, Astor Piazzolla, Mercedes Sosa, Rodolfo Páez Oro, Ernesto Villavicencio, Armando Tejada Gómez…y sus silencios, Maestro.
¿Que queda después de su nombre, Maestro Ariel Ramírez?
Lo que yo prefiero, sus notas y, entre ellas, sus silencios.-
Autor Pablo Maldonado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
no te puedo escuchar desde aca, pero si leer Un abrazo bogotano Ale G
muy buen relato felicitaciones segui asi
Gracias y lo invito a que agregue a sus "Favoritos" este blog en el que quincenalmente iré publicando Relatos. Gracias por su comentario
Espero vuestros comentarios en este blog o a mi e-mail: contacto@pablomaldonado.com.ar
Publicar un comentario