viernes, 23 de julio de 2010

“¿A ver? ¡prueben!”

Dentro de un guardapolvo blanco, cabía una maestra en la que no entraba, en cambio, su corazón. Por eso, ella se hizo maestra y enseñaba con amor.
Reina Calderón se llamará para siempre, la de mi primer grado.
Con sólo pronunciar su nombre, me trae su sonido, pegado, el recuerdo que desde los 6 años me subsiste y, por evocarlo, me habita. “Chicos: ¿qué pasa si a esta letra le agrego esta otra… si a estas cuatro manzanas le agrego cinco más?”, y ahí disparaba una frase que me retumba al pensarla: “¿A ver? ¡prueben!” y, en ese “prueben”, dejar habilitada la posibilidad de lo nuevo, lo desconocido.
Un arrebato interestelar me transportaba al extremo de dejar a la intemperie una respuesta a cualquiera de sus preguntas.
¡Cuántas veces, hoy, debo quedar a la intemperie para contestar otros interrogantes que la vida, también maestra, me plantea!
Acertar y errar, que es otra forma de acertar, como cuando en primer grado.
¿Cuál es el acertijo que intentan descifrar, que formulan en mí un problema de la magnitud de la regla de tres compuesta que no puedo resolver? ¿Qué les lleva a atravesar espesuras de sueños y qué artilugio usan para que no se les note la mala cara que deberían tener por su mala paga, mis queridas maestras? Y ahí están, paladeando sílabas y metiendo en un aula, próceres, diptongos, raíces cúbicas y cadenas montañosas. ¿Qué las mueve a hacer caber todo el mundo en ese espacio llenándonos de magia? Oíd mortales.
Atravesé en las calles tantos años…
Salí a buscarlas y las encontré, pero dentro de guardapolvos verdes y celestes-azules (¿se siguen llamando guardapolvos cuando no son blancos?). Al preguntar el motivo, me dijeron que solamente el blanco guardapolvo “se deja para los actos escolares de relevancia”, y las recordé así, como mi señorita Reina, y me resonó su “¿A ver? ¡prueben!”, y me vestí de piel de gallina y, entre papeles y expedientes, computadoras y redes sociales de internet, me sentí solo y, otra vez, como siempre, me atraganté de palabras.
¡Señores!: yo fui feliz con una maestra de guardapolvo blanco que cuando enseñaba nos decía esta frase que hoy titula mi relato.
¿Y ustedes?.-

                                Pablo Maldonado (derechos reservados)



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